Distopias: cuando la parfección se vuelve en tu contra

Lo aterrador no está debajo de tu cama, sino en el monstruo que puede habitar dentro de ti mismo

 

¿Imaginas un mundo que está tan esencialmente mal que a las personas no se les permite ser ellos mismos, son controlados en sus más privadas experiencias y en donde las desviaciones de la norma son castigadas con la muerte? Esta es una perspectiva que nos ofrece la distopia, un género literario nacido de los temores más profundos del hombre lógico.

Cuando observamos el surgimiento de la distopia (o antiutopía) como género literario, ésta se revela ante nosotros como la reacción del hombre de comienzos y mediados del siglo XX hacia los cambios políticos y sociales que se producían a su alrededor. Este es un hombre lógico, el cual identifica en la sociedad en la que vive ciertas características que pueden llevarla a su destrucción más fundamental como especie, y en la política el medio ideal para efectuar dicha destrucción. Es por esto que las obras literarias que pueden ser consideradas distópicas comparten las siguientes características en común:

Se tratan de sociedades altamente organizadas por estratos, en donde cada individuo tiene una función individual en beneficio del colectivo, función que es definida por una fuerza superior a sí mismos. Es común que los individuos ubicados en el tope de la pirámide social sean los más vanos y desconectados con un sentido de la realidad racional.

En estas sociedades los grupos sociales están altamente controlados. De la misma forma en que se puede desanimar (es decir, prohibir) la conformación de ciertos grupos, se anima la constitución de los grupos que son favorables al fin último.

Estas son sociedades sumamente urbanas, donde la experiencia con la naturaleza o lo salvaje puede estar prohibido o extremadamente regulada. Dentro de esta categoría podríamos incluir los instintos humanos más fundamentales, como el instinto de supervivencia, la empatía, el hambre y el instinto de reproducción. Si no es útil al fin último, es simplemente eliminado, y si no se puede eliminar es altamente regulado.

Las clases políticas, ya sean religiosas o laicas, son las que tienen todo el poder, y son las que le dan sentido y estructura a las sociedades distópicas, teniendo como base el conflicto. Es decir, toda la razón de ser de la sociedad es el oponerse a un Otro que es percibido como el mayor enemigo del estilo y la calidad de vida que sólo puede proveer la clase política dominante. Es por ello que su supervivencia es fundamental, y está por encima de la de sus propios ciudadanos.

La economía es otro de los aspectos fundamentales de las sociedades distópicas, ya que el acceso a bienes y servicios determinan la clase a la que pertenecen los ciudadanos. También es un método de control que se puede usar para garantizar que los pensamientos y las voluntades de los ciudadanos sean favorables al fin último. Un producto puede existir única y exclusivamente para apoyar los fines del Estado y su clase política. El acceso a un producto o servicio puede ser accesible sólo a una cierto estrato social, siendo todos los demás privados de su consumo.

Las historias distópicas por lo general inician ofreciendo un panorama general del mundo al que se enfrenta el heróe o personaje principal. Es aquí donde se explican los mecanismos a través de los cuales la sociedad tuvo que adaptarse para sobrevivir, volviendose distópica. Puede tratarse de una guerra, un desastre natural o cualquier otra cosa de magnitudes cataclísmicas que haya amenazado en el pasado la supervivencia de los ciudadanos como miembros de un grupo social definido. El heróe es aquel individuo (o individuos) que, a pesar de los controles y de la ingeniería que ha sido aplicada sobre él desde el momento de su nacimiento, se da cuenta de que el mundo está mal, que los ciudadanos han sido reducidos a su mínima expresión y sus voluntades han sido canalizadas hacia lo más perverso de lo que son capaces con ningún otro objetivo más que garantizar la supervivencia de una sociedad artificial y su clase política. Por lo tanto, se convierte en su deber enfrentar al sistema y sobrevivir a la muerte (que no tiene que ser literal) para destruirlo y buscar con ello una transformación de su sociedad para mejor. El truco está en que puede no resultar exitoso y sus esfuerzos resulten completamente inútiles.

Podemos afirmar que la novela que mejor representa a la distopia como género literario es 1984 (o Nineteen-Eighty-Four) de George Orwell. Publicada en 1949, habla de un mundo que se reconfiguró en superpotencias tras una cruel y sangrienta guerra mundial. Los ciudadanos de Oceanía viven en estrictas clases políticas que condicionan su estilo de vida y sus deberes hacia el estado. Esta novela es responsable por la introducción de conceptos tan ampliamente conocido hoy en día que son aplicados a cualquier experiencia que se pueda percibir como extremadamente controladora: Gran Hermano (Big Bother), Neolengua (Newspeak), Doblepensar (Doublethink), Policía del pensamiento (Thought Police), Crimen del pensamiento (Thoughtcrime) y 2 + 2 = 5.

Su influencia es tal que se han hecho varias películas basadas en él y muchos grupos musicales han compuestos canciones basados en la trama y los personajes del libro. Consecuentemente, te invitamos a leerlo, así como otros títulos que pudieran interesarte:

Himno (Anthem) de Ayn Rand

El cuento de la criada (A Handmaid’s Tale) de Margaret Atwood

Un mundo Feliz (Brave New World) de Aldous Huxley

Fahrenheit 451 de Ray Bradbury

El señor de las moscas (Lord of the Flies) de William Holding

La naranja mecánica (A Clockwork Orange) de Anthony Burgges

Los hijos del Hombre (The Children of Men) de P.D. James,

V for Vendetta de Alan Moore y David Lloyd,

El dador (The Giver) de Lois Lowry

Battle Royale de Koushun Takami

y, finalmente, Los Juegos del Hambre (The Hunger Games) de Suzanne Collins.