La genialidad centenaria de Orson Welles

30 de octubre de 1938. Estudio 1 de la cadena de radio CBS de Nueva York, 8:00 pm: “Señoras y señores, interrumpimos nuestra programación musical para comunicarles un boletín de último minuto. El profesor Farrel del Observatorio Mount Jennings de Chicago reporta que se han avistado una serie de explosiones de gas incandescente que provienen del planeta Marte. Las imágenes indican que se dirigen con enorme rapidez hacia la Tierra”.

Orson Welles se lo jugó todo esa noche. El rating de su programa estaba lejos de su competidor. Por eso decidió adaptar el argumento de la novela de H.G. Welles La Guerra de los Mundos, para llamar la atención de la audiencia. Las consecuencias fueron mayores y se contaron en millones de estadounidenses que se lanzaron a las calles, aterrorizados, convencidos de que una invasión alienígena había aterrizado en Nueva Jersey.

La radio no fue la misma desde ese día. El hombre detrás del micrófono, que puso al mundo patas arriba, tenía sólo 23 años. Así comenzó la leyenda de Orson Welles, que hoy estaría celebrando su centenario.

 
 

Su carrera, sin embargo, no fue nada fácil. Debutó en la industria cinematográfica con su obra más importante: Ciudadano Kane. Dirigió, protagonizó y coescribió el guión de este largometraje, el único donde tuvo absoluto dominio de la producción. Rompió con los códigos tradicionales que se utilizaban hasta el momento en la pantalla grande. Empleó flashbacks para imprimirles dramatismo a sus personajes. Ambientaciones de luz, enfoques de profundidad, ángulos de cámara en contrapicado para engrandecer al protagonista, eran nuevos recursos. “Mi gran aporte a Ciudadano Kane fue la ignorancia; no sabía que hubiera cosas que no se podían hacer”, declaró años después el cineasta, que siempre desafío la industria hollywoodense.

Pero el resto de su vida solo fue una infinita lucha contra la mediocridad de los estudios y su propia ambición, que le hizo abandonar varios proyectos.

Visionario, egocéntrico, aventurero, tramposo, ingenioso y malhumorado. Welles vivió once años de vertiginoso ascenso hacia la fama, seguidos de cuatro décadas de amargura. “Por más que haya realizado Sed de mal, El proceso, La dama de Shanghai, no lograría superar a Kane. Triunfó en medio del auge y esplendor del sistema de estudios, que quiso y no pudo cambiarlo. Soñó, ideó, empezó y no terminó varios proyectos, entre ellos un Don Quijote, El mercader de Venecia, Rey Lear. Se encaprichaba o se pasaba de presupuesto. Un megalómano a la altura de su Ciudadano Kane”, dice Pablo Scholz, crítico del diario Clarín de Argentina.

Fue defensor de las películas en blanco y negro, así como de los personajes consumidos por la megalomanía. Una suerte de proyección de Welles que con frecuencia repitió en la pantalla grande. Como en una de sus cintas autobiográficas, la primera a color: Al otro lado del viento. El protagonista era un director egocéntrico que busca su retorno triunfal a Hollywood. En mitad del rodaje, el personaje muere cuando cumple 70 años. La película jamás se estrenó. Como en la vida real, Welles falleció en 1985. Tenía 70 años.